Nuestro santoral católico es algo digno de leerse todos los días. Por ejemplo, el del 19 de junio en curso. Dicho santoral me hizo reír desde las diez de la mañana hasta la cuchumil de la tarde.
Figúrense ustedes qué cara pondría un muchacho que cuando tenga uso de razón sepa que se llama, por ejemplo… “Diosdado”. ¡Diablos!, nunca he conocido a nadie que se llame Diosdado. Y el colmo sería que se apellidara Pérez.
¿Qué les parece alguien llamado… “Protasio”? Que conste, que el nombre no tiene nada que ver con la próstata de los que responden al mismo.
Y ahora viene… ¡Gaudencio! He tratado de buscarle una explicación, una derivación, pero sobre lo de “Gau” me he ido en blanco, aunque agregándole una R podría sonar como Grau…dencio, y de “Culnacio”. El hombre me trae a la mente a alguien llamado José Ramón, a quien convertí en admirador de Baco, aunque por poco tiempo, porque encontró quien lo “amarrara por sécula seculórum, amén”, como decía antes de acostarme cuando aspiraba a convertirme en cura.
“Culmacio”. Esto es el “culmo”, perdón, el colmo. Llamar “Culmacio” a un cristiano. Y de seguro que le lloverán los apodos, algunos de ellos irrepetibles.
Y, ¿qué me dicen de… “Irsicino”? Aquel al que se le ocurrió tal nombrecito debía de haber “despachado” dos o tres litros del “indio”, “a pura agua”, y no de coco.
Lo de “Zósimo” es otra cosa. Nunca he conocido a alguien con tal nombre, si llamarse “nombre puede”. Lo de “Lamberto”, se presta a malas interpretaciones no tiene que ver con el verbo “lamber”.
Nuestro santoral está repleto de personas que adquirieron santidad después de haber sido enviados, por la vía rápida, al otro mundo, y de ahí que dicho santoral a veces dé ganas de reír, pero no de los santos, ¡líbreme Dios!, sino de sus nombres.
Escrito por: Francisco Álvarez Castellanos
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