Escrito por: CHERNY REYES
(chernyreyes@gmail.com)
Yo que soy un enamorado del locrio de salami, siempre me he resistido a creer que todo lo que es bueno está prohibido, hace daño o engorda. Pero con la noticia de que “la carne de los pobres” contiene desde ingredientes que podrían producir cáncer hasta heces fecales, le he dado cierta validez a esa teoría que me parecía más negativa que absurda. ¿Cómo puede ser posible que todo lo que sea bueno haga mal? ¿Por qué necesariamente tiene que haber “un destino de dolor junto al placer”? La tradición cristiana nos ha enseñado que hay que caminar un calvario, entrar a un valle de lágrimas para encontrar la salvación. El sendero de la privación y la evasión de las emociones reconfortantes. Pero hay corrientes de Oriente más hedonistas, que celebran la abundancia, la felicidad y el sexo. En mi búsqueda de respuestas, con un recorrido que ha incluido grupos de oración y lectura bíblica, me encontré con la cultura hindú y conocí a Krishna: el dador de los placeres. Un dios azul, bailarín y alegre, que predica sus enseñanzas sin sangres ni inmolaciones. Desde ese día entendí que la vida tiene que ser una fiesta de placeres (con conciencia, sin duda), y sin temores (aunque a veces cueste). Al final se trata de tener una propia escala de valores, vibrar en positivo, tener fe en ti mismo y, lamentablemente, dejar de comer salami.
(chernyreyes@gmail.com)
Yo que soy un enamorado del locrio de salami, siempre me he resistido a creer que todo lo que es bueno está prohibido, hace daño o engorda. Pero con la noticia de que “la carne de los pobres” contiene desde ingredientes que podrían producir cáncer hasta heces fecales, le he dado cierta validez a esa teoría que me parecía más negativa que absurda. ¿Cómo puede ser posible que todo lo que sea bueno haga mal? ¿Por qué necesariamente tiene que haber “un destino de dolor junto al placer”? La tradición cristiana nos ha enseñado que hay que caminar un calvario, entrar a un valle de lágrimas para encontrar la salvación. El sendero de la privación y la evasión de las emociones reconfortantes. Pero hay corrientes de Oriente más hedonistas, que celebran la abundancia, la felicidad y el sexo. En mi búsqueda de respuestas, con un recorrido que ha incluido grupos de oración y lectura bíblica, me encontré con la cultura hindú y conocí a Krishna: el dador de los placeres. Un dios azul, bailarín y alegre, que predica sus enseñanzas sin sangres ni inmolaciones. Desde ese día entendí que la vida tiene que ser una fiesta de placeres (con conciencia, sin duda), y sin temores (aunque a veces cueste). Al final se trata de tener una propia escala de valores, vibrar en positivo, tener fe en ti mismo y, lamentablemente, dejar de comer salami.
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