La endémica tacañería de los millonarios chinos

Por ZIGOR ALDAMA

Jack Ma, cofundador de Alibaba y el hombre
más rico de China, en una foto de 2010.
El altruismo no cala en China. Al menos entre quienes más capital atesoran. Aunque el número de multimillonarios no deja de crecer en el país de Mao al calor del desarrollo económico, y 358 de sus ciudadanos amasan ya más de 1.000 millones de dólares según el Informe Hurun de este año —cifra que solo supera EE UU—, sus donaciones filantrópicas suman una ínfima parte de las que protagonizan sus homólogos estadounidenses. Los 10.000 millones de euros que los chinos más adinerados destinaron a fines benéficos en 2012 supusieron solo el 4% de la misma partida al otro lado del Pacífico. Claro que no sorprende si se tiene en cuenta que en el gigante asiático solo trabajan 2.961 ONG, menos del 3% de las que operan bajo la enseña de las barras y estrellas, y que únicamente el 30% se rige por normas de transparencia similares a las de Occidente.

El año pasado esa tacañería se volvió a certificar: los cien mayores filántropos chinos, cuyos activos superan los 200.000 millones de euros, destinaron solo 660 millones a la beneficencia. Una suma inferior incluso a la que donaron el fundador de Facebook y su esposa. Ni siquiera la agresiva campaña que Warren Buffett y Bill Gates iniciaron en 2010 para promocionar la filantropía entre los grandes acaudalados, a los que pidieron que leguen la mitad de su fortuna al morir, ha tenido éxito en el país comunista: ninguno de los 122 milmillonarios que han prometido hacerlo es chino.

Eso sí, a los magnates de la segunda potencia mundial no les cuesta rascarse el bolsillo para hacer ostentación o llevar a cabo en el extranjero adquisiciones tan impactantes como la del Edificio España de Madrid, que ha protagonizado este año uno de los hombres más ricos de China, Wang Jianlin. Sus compras sin límite han convertido al país en el segundo mayor mercado mundial del sector del lujo. Pero la brecha social que separa a la elite económica del resto de los súbditos del régimen es cada vez mayor.

“Alguien tiene que hacer algo, y creo que nuestro deber es despertar a la gente que puede provocar un cambio”. Así de contundente se mostró Jack Ma, cofundador del gigante chino del comercio electrónico Alibaba —el hombre más rico del país con un patrimonio neto de más de 16.500 millones, según el Índice de Multimillonarios de Bloomberg—, durante la presentación en abril de su proyecto para crear un fondo benéfico de unos 2.300 millones, que apoyará proyectos en los ámbitos de la sanidad y el medio ambiente, y que se financiará con opciones de compra de la empresa. Esa suma supondrá un 2% de los activos de Alibaba. Pero sobre todo se convertirá en la iniciativa de cooperación más importante de Asia, y puede suponer un punto de inflexión en la visión que los poderosos chinos tienen de la caridad.

“Queremos vivir en un mundo con cielos más azules, aguas más limpias, y mayor acceso a una sanidad de calidad”, enumeró Ma. No obstante, ese ideal casi utópico se va a encontrar con muchas piedras en el camino. De hecho, hay quienes recelan de Ma porque consideran que esta súbita muestra de altruismo no es más que una campaña de publicidad encubierta para mejorar la imagen de Alibaba antes de su estreno en la Bolsa de Nueva York, previsto este mes. Y el mensaje tampoco gusta en el Ejecutivo chino, que controla con puño de hierro a todas las ONG. “No soy una persona política”, se defendió Ma poco después de anunciar que su intención es influir en las iniciativas sociales de los dirigentes chinos.

Pero no parece que vaya a cundir su ejemplo. Y muchos se preguntan por qué. Xu Anqi, profesor de Sociología de la Universidad de Fudan, da algunas claves: “La sociedad china sufre una importante carencia de empatía y de ética que se suma a un exceso de desconfianza. Los millonarios no son una excepción. Muchos han amasado su fortuna por medios cuestionables y prefieren ser discretos. Además, China no alienta la caridad —las donaciones no desgravan impuestos—, carece de un marco legal que la regule —aunque se discute desde hace una década—, y se ha visto sacudida por escándalos en organizaciones de gran reputación”. El más sonado estalló en 2011, cuando la joven Guo Meimei, cuyas fotos con todo tipo de productos de lujo la han convertido en adalid de lo peor de los nuevos ricos chinos, se hizo pasar por directora general de la Cruz Roja en China.

“Ser buena persona en China es muy difícil”, sentencia Chen Guangbiao. Este multimillonario, a pesar de contar con un capital relativamente discreto, abandera la filantropía china con sus sonadas campañas, que incluyen desde destrozar un coche de lujo para impulsar el transporte público a repartir dinero entre los más necesitados. Y por su puesto él también se sumó al reto del cubo helado. Una acción que generó polémica cuando se dijo que Chen había hecho trampas y que los cubitos de hielo eran en realidad de plástico. Algo que él desmintió, y con una aclaración a su favor: un experto escrutó el vídeo para un medio local chino y llegó a la conclusión de que no hizo trampa.

“Quienes tienen buen corazón no hacen dinero en este país. Solo quienes estafan y sobornan tienen éxito, por eso la mayoría decide seguir su ejemplo. Pero está en nuestras manos dar un vuelco a esta realidad”, reflexiona Chen.
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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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