En este desgraciado año pandémico del 2020 ni los medios de opinión resaltaron la trascendencia de aquellos hechos, ni hubo la tradicional nutrida representación oficial en los actos. La efeméride pasó desapercibida.
Aquella nación que no honra a sus héroes está condenada a deambular sin raíces, expuesta a la furia de vendavales políticos retorcidos. Aquel país que silencia la brutalidad de los hechos trascendentes para proteger intereses de gente influyente corre el riesgo de aniquilamiento de su base democrática.
Transcurridos 59 años de aquella barbarie todavía no se sabe en qué lugar fueron depositadas las mortajas frías de los mártires, ni se ha ejecutado la pena judicial y social que se corresponde con tan sonados crímenes. La impunidad sigue andando a sus anchas. Hay que despertar del letargo. Las cicatrices autoritarias no curarán hasta que haya justicia.
Manuel Tejeda, quien preside la Fundación 30 de Mayo, explicó:
“El 18 de Noviembre de 1961 en la tarde, Olga Despradel y María Alemán (Blanca), esposas de Pedro Livio Cedeño y Roberto Pastoriza, respectivamente, pudieron saludar a los héroes cuando los sacaban del Palacio de Justicia con las manos esposadas a la espalda, y los introducían en la guagua que finalmente los condujo a Hacienda María. También pudieron observar un carro que siguió inmediatamente la guagua; en ese vehículo iban el entonces jefe de la Policía Nacional Marcos Jorge Moreno, y el comandante de la cárcel de La Victoria Américo Dante Minervino, ambos vestidos de civil. Éste último, en declaraciones que ofreciera tiempo después ante un Juzgado de Instrucción, explicó con lujo de detalles cómo habían ocurrido los hechos: Dijo cómo, bajo las órdenes de Jorge Moreno y Rubén Tapia Sesé, el sub-jefe de la Policía, organizó el traslado de los Héroes desde la cárcel de la Victoria al Palacio de Justicia y posteriormente a la Hacienda María...Al llegar al lugar, ya anocheciendo, Minervino relata que Jorge Moreno se desmontó del vehículo...Pudo observar al Jefe de la Policía conversar con Ramfis Trujillo, hijo mayor del tirano, y un grupo de militares entre los cuales estaban el entonces mayor Disla Abreu, quien era su guardaespaldas, los coroneles Gilberto Sánchez Rubirosa (alias Pirulo) y Luis José León Estévez, quien era marido de Angelita Trujillo, hija del dictador; y el hermano de éste, José Alfonso León Estévez, y otros más. Al llegar la guagua que transportaba a los héroes, donde además iban tres policías, un chofer y dos custodios, de apellidos Palma, Viñas y Vizcaíno, José Alfonso León Estévez se dirigió de inmediato a la misma y ordenó salir primero a Pedo Livio Cedeño, a quien condujo frente a Ramfis y los demás, los cuales de inmediato procedieron a dispararle. Y de esa misma forma hicieron con los demás héroes. Todos fueron asesinados en un período que Minervino refiere como de unos veinticinco minutos, en el transcurso de los cuales llegó un vehículo del cual se desmontaron dos miembros de la entonces Aviación Militar Dominicana, a quienes él oyó que llamaban por los nombres de Careto y Collado. Dice Minervino que vio cuando Disla Abreu y Jorge Moreno les ordenaron a Careto y Collado llevarse los cadáveres de los héroes.”
Continúa diciendo Manuel Tejeda: “Constituye efectivamente una vergüenza que una sociedad no haya encontrado en cincuentinueve años la manera de no dejar impune el crimen cometido en contra de hombres que dieron sus vidas para que esa sociedad pudiera vivir en libertad. Todos somos culpables, y todos tenemos nuestras excusas para no poner ese compromiso como el primero en nuestra lista de prioridades. Gracias a Dios que ellos pusieron ese compromiso como número uno en su lista de prioridades”.
Y concluye Tejeda, exclamando: “El licenciado Luis Abinader, cuyo padre, el doctor Rafael Abinader, fue un gran amigo del héroe Salvador Estrella Sadhalá, tiene como tal la oportunidad de contribuir a hacer justicia en este caso. El esfuerzo que se puede hacer debe ser orientado a encontrar los cadáveres de los héroes. Cualquier momento siempre será propicio para que la investigación sea continuada, sobre todo porque ya se trata más un acto de humanidad que propiamente de justicia”.
Por Eduardo García Michel
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