Desde mi formación como especialista del primer nivel veo a niñas con mochilas más pesadas que su edad: dentro no llevan cuadernos, llevan una prueba de embarazo positiva, miedo y silencio. No es una exageración ni un problema “cultural” inevitable; es un fallo del sistema. Mientras celebramos pequeñas mejoras, el embarazo en adolescentes sigue golpeando fuerte: cada cifra es una historia de escuela interrumpida, de proyectos de vida cortados y de hogares que se empobrecen.
Quien trabaja con ellas lo sabe: cuando una adolescente queda embarazada, no solo cambia su calendario, cambia la economía de su casa y, con frecuencia, la de su barrio. La deserción escolar, la dependencia de ayudas, las oportunidades laborales más estrechas y la sobrecarga de cuidados en familias ya frágiles se convierten en un círculo vicioso. Ese círculo, si no lo rompemos, alimenta otra estadística que también nos duele: la de la violencia y la delincuencia en comunidades donde la desesperanza se hereda.
Ante esto, algunos proponen más cárceles y mano dura. Yo propongo algo más barato, más humano y más eficaz: financiar de verdad el primer nivel de atención y ponerlo a trabajar donde importa. Si de ahorrar dinero público se trata, la prevención no es un discurso: es una cuenta que siempre cuadra.
El primer nivel es la puerta de entrada al sistema. Puede ser también el último muro antes del precipicio.
¿Qué necesitamos hacer —ya, sin excusas— desde la consulta y la comunidad?
* Primero, conocer a nuestras adolescentes por nombre y dirección. Adscripción real, carpetas familiares vivas, mapeo de riesgos (desescolarización, uniones tempranas, violencia). Si no sabemos dónde están, llegaremos tarde.
* Segundo, consulta adolescente amigable y confidencial. Consejería con lenguaje claro, sin sermones. Tamizaje de violencia, coerción y salud mental. Y, sobre todo, anticoncepción de alta eficacia disponible el mismo día en las UNAP: implantes y DIU, sin laberintos, sin “vuelva mañana”. Cuando ofrecemos métodos eficaces y respetamos la autonomía, las decisiones mejoran.
* Tercero, salir del consultorio. Promotores, clubes de adolescentes, escuela de padres y madres, acuerdos con directores y orientadores. La educación integral en sexualidad no es un tabú; es una vacuna social que reduce embarazos no intencionales, protege frente a abusos y siembra proyectos de vida.
* Cuarto, rutas de protección que funcionen. Toda señal de abuso o unión infantil debe activar de inmediato a CONANI, a la fiscalía y a los servicios especializados. Una niña menor de 15 embarazada no es un caso más; es una emergencia ética y legal.
Invertir en primer nivel no es un gasto blando: reduce internamientos, urgencias evitables y complicaciones costosas. Cada embarazo adolescente que prevenimos es una matrícula que no se pierde, un ingreso futuro que no se evapora, una transferencia social que no se eterniza. Es también menos presión sobre programas de protección, menos niños creciendo en hogares sin tiempo ni recursos, menos jóvenes capturados por economías ilícitas que prometen en una semana lo que la escuela no garantizó en años.
A quienes piden números fríos, les doy tres: costo evitado, ingreso protegido y recaudación futura.
Prevenir un embarazo adolescente significa menos partos complicados, menos prematuridad, menos cesáreas —costo evitado hoy.
Más años de educación y mejor empleabilidad —ingreso protegido mañana.
Más impuestos pagados por adultos con trabajos dignos —recaudación futura para el Estado. En cualquier modelo serio, la balanza se inclina del lado de la prevención.
No necesitamos inventar una rueda nueva. Necesitamos poner a rodar, con presupuesto y metas claras, la que ya existe:
* Metas de cobertura: 90% de adolescentes del área adscritas y con consejería al menos semestral.
* Metas de acceso: disponibilidad sostenida de LARC y anticoncepción de emergencia; colocación el mismo día en la UNAP.
* Metas intersectoriales: convenios con escuelas para retención y reingreso escolar posparto; tutorías y becas puente.
* Indicadores públicos trimestrales: tasa local de embarazo adolescente (15–19 y <15), porcentaje con método eficaz, derivaciones efectivas ante violencia y salud mental.
Y algo clave: pago por resultados. Si el sistema financia lo que valora, entonces que valore con incentivos la consejería de calidad, la continuidad de métodos eficaces y la articulación con la escuela y protección. El dinero debe seguir a la evidencia.
El embarazo en adolescentes no ocurre; se produce en contextos que toleran la desinformación, la violencia y la desigualdad. Como médico familiar y comunitario, puedo comprometerme a abrir la puerta correcta: una consulta sin juicios, con ciencia y con respeto. Pero esa puerta necesita bisagras institucionales: financiamiento estable, abastecimiento de insumos, protocolos claros y coordinación real con educación, justicia y protección.
Si de verdad queremos reducir la pobreza y la delincuencia, empecemos por donde la vida comienza a torcerse: la adolescencia. Invirtamos antes del daño. Es más humano. Es más barato. Y es, sobre todo, lo justo.
Porque no son números. Son niñas. Y a las niñas no se les falla: se les protege, se les escucha y se les abre futuro.
Dr. Miguel Rojas Agosto
Médico familiar y comunitario
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