El término iglesia lo asociamos siempre con el templo, el edificio destinado exclusivamente a un culto religioso. Y la Real Academia de la Lengua lo admite así en su novena acepción del vocablo.
Sin embargo, el origen de la palabra proviene del latín: ecclesia, y esta del griego, que significa asamblea de ciudadanos.
Cuenta la historia que una vez que Pericles establece la democracia en Atenas en el siglo V antes de nuestra era, el pueblo se reunía en la plaza pública o ágora para deliberar sobre los asuntos públicos. Entonces, iglesia no tenía significado religioso alguno, sino de reunión.
Se dice que los primeros cristianos se reunían en asambleas, una antigua costumbre heredada de los hebreos. En la Biblia los Setenta, que es la última traducción del Antiguo Testamento al griego, se adoptó el nombre de la ekklesía ateniense, para designar a los miembros de los gahalim que era una comunidad religiosa del pueblo de Israel que se reunía con fines culturales. En el Nuevo Testamento fue incluida con el sentido de ‘reunión de los cristianos en torno de Jesús’.
Esta palabra fue muy usada en las epístolas de San Pablo, quien llamaba ekklesía a diversas comunidades locales, y en algunos títulos de sus epístolas.
Llegó al español a través del bajo latín eclesia, del latín clásico ecclesia, como parte del sustrato básico de nuestra lengua, documentado por primera vez como iglesia.
Durante algún tiempo se alternan otras formas, como elgueja, elguesia y egrija, hasta que en la segunda mitad del siglo XIV se generalizó el uso de iglesia.
Por la influencia de esta religión, además de templo, el diccionario de la Academia define a Iglesia como “Congregación de los fieles cristianos en virtud del bautismo”.
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