A PROPOSITO DE YULEIDY Y EL TURPEN

¿A que se debe el sorpresivo auge en popularidad de los nuevos personajes, Yuleidy y el Turpén, en la tira cómica diaria de Boquechivo? Veamos algunas razones:

¿Qué es Yuleidy?

A diferencia de los años 70, cuando por influencia por un lado de las telenovelas, las Yesenias como nombres propios florecían, y por el otro, el izquierdismo rampante popularizaba las Natalís (a través de la canción del mismo nombre de Los Hermanos Arriagada, como se recordará), los 90 nos han traído esta caterva de nombres "finos" femeninos, casi con la misma raíz morfológica y social. De ahí es que cada día más nos asombramos de la rareza, e inclusive la ridiculez, de tantos nombres femeninos sacados no sé de dónde que inundan el paisaje urbano y rural del país: Yuleidys, Yomaira, Yosiris, Nikauly, Noralky, Yubelkys, Yahaira (ese uso exacerbado de la "y" y la "k" muestra, entre otras cosas, el deseo asfixiado de ser alguien), y en fin cientos de variaciones igualmente extrañas y muchas de ellas de mal gusto. ¿A qué obedece ello? primariamente al deseo de la mujer humilde, campesina, marginada, desahuciada de lo real desde siempre, que aspira como todo ser humano a llevar al menos una vida común y corriente; gentes quienes tradicionalmente han vivido en la miseria. Esos nombres "finos" es el grito de desesperación, es una puerta de esperanza que se cree eventualmente se abrirá para ellas.

Pero adicional a ello, Yuleidy también representa, como Harold ha dicho tras bastidores, esa mujer joven dominicana "con serias dificultades económicas", "salida de las ergástulas del país" que pulula esos bares urbanos de "mala muerte". Esa joven curvilínea, rubia tropical, de cara infantil, "gatica de María ramo" (mas que velina, "chopina") que ya para sus veinte años "ha salido preñá" tres veces, soltera, sin saber leer y escribir que se encuentra en una precaria y urgentísima situación económica, totalmente desamparada; drama que infesta nuestra sociedad resultado de una indolencia institucionalizada. Unas caen en prostíbulos, otras van a las barras a servir como camareras vistiendo sexy y semidesnudas y otras son la versión del siglo XXI de las "queridas": es decir, Yuleidys. El personaje en la tira cómica envuelve esos conceptos y más, es una síntesis idealizada de los muchos rasgos de la personalidad de un grupo típico de mujeres marginadas dominicanas.

¿Qué es Tulio Turpén?

El victimario, el "malo de la película", el nuevo rico. Tulio Turpén, o mas exactamente, El Turpén, como su nombre lo denuncia, no es mas que un "tíguere", en sus años cuarenta, con un pasado politicoide, oportunista, enmarcado en la orientación ideológica del momento, que, como diría Harold, viene desarrollándose en la vida de la misma manera que bajan las piedras de los riñones: a "rompe y raja", abusando de quien entorpezca su camino, con el único objetivo de llegar a ser rico lo antes posible, a costa de hacer negocios en el gobierno. La vía fácil, la vía rápida, el tener un puesto en la administración pública da poder, da dinero, y da tiempo para disfrutarlo; demasiada tentación para este grupo de antiguos "pelagatos", seres de segunda categoría que al igual que las Yuleidys también vienen "de las ergástulas" sociales del país y que ahora andan en "yipetas" negras, con escoltas, a veces sin placa oficial, derrochando el dinero fácil, viviendo en varios "penthouses" a la vez, nepotistas, indolentes abusadores, por demás. Es ese, el Turpén, que luego de tener poder, dinero, imagen social, capacidad de derroche y unos 40 y pico de años, aun le falta algo: la sangre joven, que como vampiro, lo rejuvenezca… Es ahí cuando entra Yuleidy a escena.

La Relación

Esta "mezcla de maco y cacata" crea el escenario perfecto para hacer chiste y, mas que eso, mofarse de la situación. Harold, más allá de Quino, El Perich, Chumy Chúmez, e incluso, Schultz, ha logrado no sólo hacer una critica contundente del lado oscuro de nuestra sociedad sino mantenerse incólume, inmaculado ideológicamente hablando. Los giros lingüístico y retóricos de Harold brillan con más luz y poder frente a muchos otros caricaturistas tradicionales, quienes se han quedado atrapados en el escenario del medio (en la caricatura) y no han podido sofisticar el lenguaje ni mucho menos saltar a un proyecto de crítica social.

La situación no es para menos. La República Dominicana, prácticamente a través de toda su historia ha venido arrastrando un amor a la informalidad que conduce a una indolencia generalizada de lo que pasa en el país, y que no es más que en una cultura de la irresponsabilidad enclavada en la misma esencia del espíritu nacional.

Tras la muerte de Trujillo, las compuertas que represaban el río de la arrabalización, la demagogia, la indisciplina y la babosería ideológica, se abrieron de par en par. A lo largo de todos estos años hemos vivido un status quo caracterizado por un "sálvese quien pueda; lo que no mata, engorda y el que venga atrás... que arree".

Al principio, en los años de Balaguer, ello se presentía, pero no se notaba. Con el correr del tiempo, la arrabalización descontrolada presente en los grandes centros urbanos, consolidó ese escenario pesado, sucio, de mal gusto, en los que actúan a sus anchas las Yuleidys y los Turpenes. La relación que lleva esta pareja simbólica nacional es cada día más popular.

Una de las cosas que más llama la atención en esa relación Hombre-Mujer, puesta en moda últimamente, es su aceptación social que asume gratuitamente la gran diferencia de edad; cosa que cada día se acepta más, y se ve "de lo mas normal". Incluso, hay ciertos centros nocturnos de la ciudad que martes, jueves y sábados, que sus clientes son parejas de turpenes en sus sesentas acompañados de yuleidys en sus treintas. Ya a nadie eso le llama la atención.

Como extensión, en el país el abuso sexual sobre la infancia y las jóvenes no adultas sigue rampante y en su mejor momento, prácticamente institucionalizado, sin que también a nadie le importe. Ya ahora tan natural es ver un viejo de sesenta con una mujer en sus treinta, que un hombre de cincuenta con una joven en sus veinte. Precisamente, los chistes de Harold apuntan claramente a esta situación, la denuncia y se mofa de ella. Se mofa de ella, porque hemos aprendido en este país a bailar nuestros velorios y reírnos de las penas. Además, el chiste apunta a un proceso consistente de ridiculizar lo ya de por sí ridículo, de mal gusto y lo perverso que no queremos aceptar, de lo cual todos nos aprovechamos, en aras de esa informalidad que llevamos en la sangre (o quizás en los genes).

Por otra parte, al ya legitimado abuso sexual y emocional contra la mujer, se agrega la corrupción extendida en la administración pública, que tanto Balaguer como Leonel, abrumados por las evidencias, han tenido que, sorpresivamente, en sus momentos, aceptar y denunciar ellos mismos. A estas alturas del juego, las compuertas (que anteriormente cito) no sólo se han abierto sino que han sido desmontadas.

Harold ha intuido perfectamente este proceso, y lo ha ido explicando, usando una economía de medios sorprendente y única: lo que a Quino, por ejemplo, le tomaba cuatro viñetas, Harold lo hace con una. El poder de síntesis de la retórica haroldiana muchas veces montada en el sarcasmo, lo ridículo, la hipérbole, e incluso un doble uso de las figuras retórica en el mismo párrafo, crea la contundencia necesaria para la denuncia de las situaciones primitivas e inmorales de la sociedad en la cual vivimos.

El éxito de la tira cómica y de estos personajes no es gratuito. Responde a un alarido pesaroso del alma auténtica nacional: paremos la barbarie.


De Henry Striddels
psicólogo social y publicista dominicano y puede ser contactado en kinetos@hotmail.com
Share on Google Plus

Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

0 comentarios:

Publicar un comentario

GRACIAS POR VISITAR GAZCUE Y DEJAR TU COMENTARIO.