EL CANEY Y RON BRUGAL

En el suplemento cultural AREITO del sábado 19 del mes de septiembre y sucesivamente, aparece en la reveladora columna, Capsulas Genealógicas, la cadena sucesoral del apellido Brugal.

Pero creo que esa esquelética trayectoria puede ser reencarnada con los apuntes históricos que percibí de un esclarecido hijo de Don Andrés Brugal Montane y Doña Lucía Pérez y Pérez, cubana, que fueron cabeza de las familias que nos interesan. Nótese que el nombre Lucía prepondera, numeroso entre sus descendientes.

Me refiero a Don Plácido Brugal Pérez, el último retoño y el único nacido en tierra dominicana y que culminó su carrera empresarial como Presidente de Brugal & Compañía.

Don Plácido conjuntamente con Don Juan Brugal, era responsable de la empresa. Ambos obtuvieron grandes éxitos empresariales, Don Juan en la parte financiera e internacional y Don Plácido en la Administración.

Lo conocó en esas funciones durante el verano de 1964 cuando recorrí este querido país, desde Samaná hasta Paraíso, en busca de datos frescos y genuinos que completaran mi tesis para el Master’s en Economía Agrícola en la Universidad de Purdue, Indiana, USA.

Persona de clara inteligencia y mejor memoria, era Don Plácido, a quien titulé Príncipe de la Aristocracia Rural Dominicana. Recuerdo que, años más tarde, dicho título agradó sobremanera, cuando se lo referí, al ilustre diplomático y escritor dominicano Don Fabio Herrera Cabral.

Me contaba Don Plácido que su distinguido padre, Don Andrés Brugal Montane, llegó a Santiago de Cuba como Comandante del regimiento de voluntarios españoles, y, terminado su compromiso con la milicia, se estableció como hombre de negocios en El Caney, pueblo oriental donde más tarde la musa inspiró a Miguel Matamoros su típico son: “Frutas del Caney”.

Por Caney, los aborígenes se referían al bohío de forma cónica con habitación superior. En el Caney nacieron, se educaron y se casaron varios de sus hijos. Allí, Don Andrés, aprovechando la caña de azúcar circundante, montó una destilería de ron mientras sobrevino la Guerra de Independencia de Cuba bajo el liderazgo del Apóstol José Martí y del Generalísimo Máximo Gómez.

De ahí que los dos hijos mayores de Don Andrés, Antonio y Francisco, de una veintena de años y como “criollos”, es decir, hijos de españoles, al igual que sus congéneres en todas las colonias de España en territorio americano, se incorporaron desde la ferretería de su padre a la lucha independentista.

Y así, entregaban a los que los españoles llamaban “insurrectos” y los cubanos “mambises”, machetes “collines”, por el nombre de su fabricante norteamericano, Collins de la ferretería de Don Andrés.

El término “mambí” es un vocablo afro que se aplicaba al esclavo que huía de la plantación en busca de su libertad y se internaba en los montes o “manigua”, por el nombre aborigen.

Los españoles al inicio de la Guerra de Cuba le aplicaban ese nombre despectivamente al cubano que abandonaba la ciudad y caseríos para luchar por su Patria. Pero con el tiempo “mambí” se transformó en título de gloria.

Cuando el jefe del ejército español en Oriente supo del caso, comunicó a Don Andrés que, por respeto a su Comandancia de los voluntarios, ya cesante, no iba a fusilar a sus hijos pero tenía que sacarlos de Cuba.

Este pedazo de la acuciosa narración de Don Plácido me evocó de inmediato la obra de Jacinto Benavente: “Por ser con todos leal, ser para todos traidor” cuyo tema se desarrolla precisamente durante la Guerra de Independencia de Cuba.

El drama presenta a la familia de un Coronel del Ejército Español destacado en Cuba durante la Guerra de Independencia.

Pero los hijos, “criollos”, entregaron sus más nobles sentimientos a la causa de la libertad de Cuba. Los varones traspasaban armas españolas a los mambises y las hijas tejian banderas de la estrella solitaria.

La madre los protegía y ocultaba. El Coronel, ignorante de la situación, no entendía el trasiego de armas y banderas a los insurrectos en sus narices.

Finalmente, la Inteligencia española descubrió la trama y, sin más, condenó al Coronel y padre por negligencia.

En el drama se desarrollan escenas realmente líricas y también tensas.

Volviendo a la narración de Don Plácido, a partir de Santiago de Cuba el puerto dominicano de mayor empuje económico y mayor movimiento comercial fue, y ha sido siempre, Puerto Plata. Allí ancló el barco en que viajaban los jóvenes Brugal. Y allí también levantaron, por indicación de su padre los dos negocios que conocemos de Santiago de Cuba: una destileria para producir Ron Brugal y una ferretería, que se encontraba frente a frente en la misma calle. Compraron tierra cerca de la ciudad a la que pusieron por nombre: “Hacienda Cuba”, en recuerdo de la tierra donde su padre inició sus negocios y ellos mismos, a punto de perder la vida, contribuyeron a la libertad de Cuba del yugo económico y político de España.

Gracias a la visión y esfuerzo de la actual tercera generación Brugal, los labios y el paladar de medio globo disfrutan hoy el sabor del Ron Brugal que nació al compás de la guitarra sonera, el sabor de las frutas y el vaivén de la caña de azúcar que creció en las tierras que abrazan el entorno de un acogedor pueblito cuyo nombre, de origen siboney, pervive asentado en las lomas del Oriente de Cuba: El Caney.


Escrito por: Francisco Dorta-Duque
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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

2 comentarios:

  1. Hola, tremendo articulo hisgtorico. Me gustaria saber sobre el hermano de Don Placido el señor Guillermo de la CAridad Brugal Perez quien murio en 1943

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    1. Dagoberto, lamentablemente don Francisco, autor del articulo, falleció en 2012.

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