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Me cuenta un primo gastroenterólogo que el otro día se encontraba en una fiesta, conversando con un amigo abogado, y que su plática fue interrumpida en tres ocasiones por diferentes personas que se le acercaron para hacerle preguntas sobre salud y enfermedades.
“He observado –le dijo el médico al abogado- que a ti no se te acerca nadie a pedirte consejos legales”.
“Claro –respondió el abogado-, es porque yo tengo mi fórmula”.
“¿Ah, sí? –cuestionó el galeno-, ¿y cuál es esa fórmula?”.
“Lo que pasa es que cuando alguien me hace una consulta en una fiesta o en algún lugar que no es mi bufete, yo le doy mi opinión, pero al día siguiente le mando una factura por mis honorarios”, confesó el abogado.
Mi primo, el médico, lo pensó bien y finalmente decidió hacer lo mismo. Al día siguiente preparó sendas facturas a todos aquellos que le habían consultado la noche anterior y se fue al correo para depositarlas en un buzón. De pasada, aprovechó para chequear su apartado postal… y allí encontró, entre la correspondencia recibida, ¡una factura de su amigo el abogado, por la consulta de la noche pasada!
Escrito por: Rafael Molina Morillo
( r.molina@codetel.net.do)
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