EL CHANCE

La palabra "chance", no es únicamente nuestra. Existe en otros idiomas, como el inglés y el francés, y tiene el significado de "oportunidad o posibilidad de conseguir algo", de poder intentar algo otra vez. Nuestros vecinos del norte la utilizan mucho y creo que es por eso que es tan común entre nosotros. Pero en nuestro caso, tiene connotaciones particulares.

En el más puro dominicano, el chance es la oportunidad que se le pide a otro para que nos deje hacer algo. Algo que puede ir de lo más inocente a lo más osado, dependiendo del caso. Decimos "déme un chance", cuando queremos pasar por un sitio y alguien obstruye nuestro camino. E igualmente decimos "déme un chance" cuando alguna autoridad nos va a imponer una sanción por haber transgredido una ley.

Los chances que se piden y los chances que se dan son muchos y de muchos tipos. Y hay algunos individuos que tienen la dudosa suerte de no tener ni siquiera que pedirlos. Por alguna razón se les conceden de la manera más fácil.

Vemos frecuentemente cómo, en determinados momentos, ante una acción realmente reñida con la ética, una persona cualquiera se refiere a dicha acción como una sencilla "indelicadeza". Y oímos también hablar de simples "travesuras", cuando las acciones son verdaderas barrabasadas. Recordemos que Barrabás, en su momento histórico, fue el bandido por antonomasia.

Términos suaves y justificativos para tapar la verdadera gravedad del acto. Y las cosas no pasan de ahí. No hay castigo. Se dio un chance. El infractor, que ya no lo es tanto por la suavidad con que se le trata, se queda como si nada. Bueno, no como si nada, realmente. Se queda a la espera de repetir esa "tontería que algunos envidiosos quisieron poner más grande de la cuenta".

En otros países, eso no existe. Y si llega a existir, por la razón que sea, la sociedad, como un organismo vivo cualquiera, se da cuenta de la enfermedad en su cuerpo y busca la cura. Me viene a la mente el caso de Nueva York. La corrupción, madrina de los chances, hizo que en un momento determinado esa ciudad estuviera prácticamente en manos de incontrolables. Y en algunas zonas no se podía transitar después de la caída del sol. Sé que hay quienes recuerdan el tristemente célebre "territorio apache" del Bronx.

Un día, aquello se hizo insoportable porque afectaba a la ciudad, su vida y su desenvolvimiento, de muchas maneras. Y llegó Rudolph Giuliani. El, a partir de ahí, famoso alcalde. Aquello tuvo un costo, pero después de él, Nueva York ha vuelto a ser la joya que es. Un paraíso de cultura, negocios, progreso y oportunidades. Lo sabe mucha de nuestra gente que ha vivido y vive allí.

La cultura del chance ha sido de lo más dañino que hemos podido tener en nuestra sociedad. Ese permiso implícito para hacer lo que realmente no está bien. Y, naturalmente, como cualquier otra lacra, pasa de los niveles más altos de la vida institucional a los más bajos. Permea hasta los círculos más externos del conglomerado social.

Pero detrás del chance nuestro hay toda una filosofía. El chance se pide y se da, porque no solo es una manera de querer justificar lo difícilmente justificable. También es una forma de protegerse el que lo concede. "Al permitirte hacer eso, luego tú deberás permitírmelo a mí". Eso u otra cosa. Y entramos en un contubernio no expresado que nos hace sentirnos cómodos y seguros.

A veces, ante ciertos actos de los demás, nos hacemos de la vista gorda, queriendo revestirla de una supuesta buena voluntad que tenemos para con los otros. Y cuando alguien hace algo que no estamos seguros de cómo juzgar, o con lo que tenemos miedo de lidiar, o pensamos que podría sucedernos a nosotros, optamos por permitir. Sin pensar en las consecuencias. Es más cómodo y no implica ninguna responsabilidad. Aparentemente.

Ojo, no estoy diciendo que el chance sea malo per se. Y que no se debe conceder nunca. De ninguna manera. Creo firmemente que todos tenemos derecho a equivocarnos alguna vez, porque no somos perfectos. Pero esas equivocaciones deben llevarnos a meditar y tratar, consistentemente, de no volver a cometerlas.

Cuando se ha actuado mal, la solicitud del chance debe ir acompañada de la admisión de lo que se ha hecho. Debe haber contrición verdadera, el más íntimo deseo y la más estricta intención de no volver a repetir eso que se hizo mal. De otro modo, es sinvergüencería.



De José Alfredo Prida Busto
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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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