Muchos héroes en las historias políticas y sociales de los pueblos han desafiado el miedo, sin temer a la inminente desaparición física
Escrito por: Rafael P. Rodríguez
La muerte, esa gran desconocida que nos resulta familiar en otros, es el enigma sin solución de todos los tiempos.
Nadie confiesa fácilmente, salvo una intolerable angustia de por medio, su amor por ella.
Temer es tan natural como vivir.
Desde María, la diminuta mujer que se subía a lo último de lo último del Monumento restaurador, la mirada centrada, el vestido escarlata, hasta el hombre que en medio de la noche se abrió paso por entre alambres de alta tensión, mojados por la lluvia y a mano pelada, sin cobrar por ello, a realizar una conexión para que otros pudieran hacer deporte, se hace obligatorio examinar por qué hay gente que no siente miedo de nada.
No sintió ese escalofrío que precede al pánico y paraliza el hombre que enfrentó a manos peladas y a puño cerrado, al soldado invasor de 1965 que trató de sacrificar su dignidad.
Lo opuesto de aquél gesto inédito, de pronto famoso, es el pelotón de policías que al venir con ánimo bélico un grupo de constitucionalistas a tomar la fortaleza por la fuerza, se lanzaron al río y no pocos murieron.
Estos, como asimismo el hombre que durante el paso del huracán David, en 1979, se lanzó, para ganar una apuesta, a cruzar ese río Yaque con olor a catástrofe, que arrastraba árboles inmensos, camiones, viviendas, son héroes anónimos cuyas hazañas no parecen de este mundo.
¿Deportes extremos los que vemos en la televisión con sus héroes inolvidables?
Ninguno como los jóvenes que cada cierto tiempo, ya tarde en la noche para evadir a la Policía en la rebautizada avenida “Joaquín Balaguer”, (que antes fue Juan Pablo Duarte, despojado una vez más hasta de ese derecho) se deleitan y apuestan a la muerte sobre sus motos a velocidad cortante en medio de otros vehículos.
Cálculos mal hechos ofrecen la cifra de cinco muchachos muertos por choque o aplastamiento en estos últimos años nadie detiene el juego insensato.
El temor es un mecanismo de defensa, una alarma que se enciende cuando hay alrededor de la conciencia signos de peligro.
Si en la percepción de una amenaza inminente o lejana los seres animados, que incluyen lo mismo al chinche que al elefante, se hallan en peligro de perecer.
María tenía un objetivo preciso: obtener una casa del gobierno y la obtuvo con el más alto de los riesgos.
El miedo es libre, pero esclaviza.
Cuando se presenta, fantasmal e invisible, todo pudiera ya estar bien perdido.
Este se manifiesta en ocasiones como valor, transformando al individuo.
La mente procesa la amenaza con la necesidad de protección colectiva que es a la vez propia y el sorprendido en medio del torbellino inesperado llega a cumplir el rol más inesperado aún, de héroe de todo un pueblo.
Es el escenario de abril del 65, cuando Francis Caamaño, como reacción natural de autoprotección ante el estallido del día 24 de ese año, va y se asila en el primer momento en la embajada de El Salvador.
La reacción opuesta es una reflexión inmediata que lo extrae de allí como si fuese la mano de un dios propicio y lo coloca a continuación en el vórtice mismo de los acontecimientos que hasta entonces le eran ajenos, él que fue parte de un grupo policial represivo y anti pueblo.
Lo relata el Che Guevara en una carta al comandante en jefe de la revolución cubana al rememorar los primeros disparos de la guerrilla en la Sierra Maestra.
“En una revolución se triunfa o se muere, si es verdadera”.
En realidad, comoquiera se muere la gente, (hábito inevitable y universal), y en cualquier circunstancia.
Es el momento en que se toma la decisión que aconseja el miedo o la entrega el que decide todo.
La cobardía temblorosa puede llegar a inclinarse por el enemigo.
La cobardía ve los límites del camino y su pavor lo acorta aún más.
El alma heroica, no siempre consciente de todo, realiza lo imposible.
Desafío a la muerte
Ernesto (Che) Guevara durante la guerrilla de Fidel Castro en Cuba en 1959 y luego en la lucha guerrillera de Bolivía en 1967, así como Francisco Alberto Caamaño Deñó en la revolución de 1965 y el movimiento guerrillero de 1973 en República Dominicana, desafiaron el miedo y lucharon por un ideal hasta la muerte.
Escrito por: Rafael P. Rodríguez
Ernesto (Che) Guevara, periodista y médico argentino-cubano, fue asesinado por la CIA y el ejército de Bolivia en 1967. |
Nadie confiesa fácilmente, salvo una intolerable angustia de por medio, su amor por ella.
Temer es tan natural como vivir.
Desde María, la diminuta mujer que se subía a lo último de lo último del Monumento restaurador, la mirada centrada, el vestido escarlata, hasta el hombre que en medio de la noche se abrió paso por entre alambres de alta tensión, mojados por la lluvia y a mano pelada, sin cobrar por ello, a realizar una conexión para que otros pudieran hacer deporte, se hace obligatorio examinar por qué hay gente que no siente miedo de nada.
No sintió ese escalofrío que precede al pánico y paraliza el hombre que enfrentó a manos peladas y a puño cerrado, al soldado invasor de 1965 que trató de sacrificar su dignidad.
Lo opuesto de aquél gesto inédito, de pronto famoso, es el pelotón de policías que al venir con ánimo bélico un grupo de constitucionalistas a tomar la fortaleza por la fuerza, se lanzaron al río y no pocos murieron.
Estos, como asimismo el hombre que durante el paso del huracán David, en 1979, se lanzó, para ganar una apuesta, a cruzar ese río Yaque con olor a catástrofe, que arrastraba árboles inmensos, camiones, viviendas, son héroes anónimos cuyas hazañas no parecen de este mundo.
¿Deportes extremos los que vemos en la televisión con sus héroes inolvidables?
Ninguno como los jóvenes que cada cierto tiempo, ya tarde en la noche para evadir a la Policía en la rebautizada avenida “Joaquín Balaguer”, (que antes fue Juan Pablo Duarte, despojado una vez más hasta de ese derecho) se deleitan y apuestan a la muerte sobre sus motos a velocidad cortante en medio de otros vehículos.
Cálculos mal hechos ofrecen la cifra de cinco muchachos muertos por choque o aplastamiento en estos últimos años nadie detiene el juego insensato.
El temor es un mecanismo de defensa, una alarma que se enciende cuando hay alrededor de la conciencia signos de peligro.
Si en la percepción de una amenaza inminente o lejana los seres animados, que incluyen lo mismo al chinche que al elefante, se hallan en peligro de perecer.
María tenía un objetivo preciso: obtener una casa del gobierno y la obtuvo con el más alto de los riesgos.
El miedo es libre, pero esclaviza.
Cuando se presenta, fantasmal e invisible, todo pudiera ya estar bien perdido.
Este se manifiesta en ocasiones como valor, transformando al individuo.
La mente procesa la amenaza con la necesidad de protección colectiva que es a la vez propia y el sorprendido en medio del torbellino inesperado llega a cumplir el rol más inesperado aún, de héroe de todo un pueblo.
Es el escenario de abril del 65, cuando Francis Caamaño, como reacción natural de autoprotección ante el estallido del día 24 de ese año, va y se asila en el primer momento en la embajada de El Salvador.
La reacción opuesta es una reflexión inmediata que lo extrae de allí como si fuese la mano de un dios propicio y lo coloca a continuación en el vórtice mismo de los acontecimientos que hasta entonces le eran ajenos, él que fue parte de un grupo policial represivo y anti pueblo.
Lo relata el Che Guevara en una carta al comandante en jefe de la revolución cubana al rememorar los primeros disparos de la guerrilla en la Sierra Maestra.
“En una revolución se triunfa o se muere, si es verdadera”.
En realidad, comoquiera se muere la gente, (hábito inevitable y universal), y en cualquier circunstancia.
Es el momento en que se toma la decisión que aconseja el miedo o la entrega el que decide todo.
La cobardía temblorosa puede llegar a inclinarse por el enemigo.
La cobardía ve los límites del camino y su pavor lo acorta aún más.
El alma heroica, no siempre consciente de todo, realiza lo imposible.
Desafío a la muerte
Ernesto (Che) Guevara durante la guerrilla de Fidel Castro en Cuba en 1959 y luego en la lucha guerrillera de Bolivía en 1967, así como Francisco Alberto Caamaño Deñó en la revolución de 1965 y el movimiento guerrillero de 1973 en República Dominicana, desafiaron el miedo y lucharon por un ideal hasta la muerte.
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