Escrito por: Susi Pola
(susipola@gmail.com)
El 8 de mayo de 1873, fallecía el filósofo, político y economista británico John Stuart Mill, reconocido por los aportes que hoy llamamos derechos humanos de las personas, defendiendo la dignidad de las personas. Como hombre feminista, acompañó hasta su muerte las luchas reivindicativas por las mujeres de su época y junto a su esposa Harriet Taylor, levantarían sus voces y su pluma para defenderlas.
Al recordar su muerte hoy, más de cien años después, comparto con ustedes textos de una de sus obras, La Esclavitud Femenina, escrita en 1869 por este hombre feminista.
Decía Mill, refiriéndose a la sociedad de 1869: “Creo que las relaciones sociales entre ambos sexos,-aquellas que hacen depender a un sexo del otro, en nombre de la ley,-son malas en sí mismas, y forman hoy uno de los principales obstáculos para el progreso de la humanidad; entiendo que deben sustituirse por una igualdad perfecta, sin privilegio ni poder para un sexo ni incapacidad alguna para el otro”.
Y para él: “La mujer es la única persona (aparte de los hijos), que, después de probado ante los jueces que ha sido víctima de una injusticia, se queda entregada al injusto, al reo. Por eso las mujeres apenas se atreven, ni aun después de malos tratamientos muy largos y odiosos, a reclamar la acción de las leyes que intentan protegerlas; y si en el colmo de la indignación o cediendo a algún consejo recurren a ellas, no tardan en hacer cuanto es posible por ocultar sus miserias, por interceder en favor de su tirano y evitarle el castigo que merece”.
“Todas las condiciones sociales y naturales concurren para hacer casi imposible una rebelión general de la mujer contra el poder del hombre. La posición de la mujer es muy diferente de la de otras clases de súbditos. Su amo espera de ella algo más que servicios. Los hombres no se contentan con la obediencia de la mujer: se arrogan un derecho posesorio absoluto sobre sus sentimientos. Todos quieren tener en la mujer con quien cohabitan, no solamente una esclava, sino también una odalisca complaciente y amorosa: por eso no omiten nada de lo que puede contribuir al envilecimiento del espíritu y a la gentileza del cuerpo femenino”.
“Una vez dueño de este gran medio de influencia sobre el alma de la mujer, el hombre se ha valido de él con egoísmo instintivo, como de un arbitrio supremo, y para tenerlas sujetas les pintan su debilidad, y la abnegación, la abdicación de toda voluntad en manos del hombre, como quintaesencia de la seducción femenina”.
Eso creía Stuart Mill, un feminista del 1800. Y usted, ¿qué cree?
(susipola@gmail.com)
John Stuart Mill |
El 8 de mayo de 1873, fallecía el filósofo, político y economista británico John Stuart Mill, reconocido por los aportes que hoy llamamos derechos humanos de las personas, defendiendo la dignidad de las personas. Como hombre feminista, acompañó hasta su muerte las luchas reivindicativas por las mujeres de su época y junto a su esposa Harriet Taylor, levantarían sus voces y su pluma para defenderlas.
Al recordar su muerte hoy, más de cien años después, comparto con ustedes textos de una de sus obras, La Esclavitud Femenina, escrita en 1869 por este hombre feminista.
Decía Mill, refiriéndose a la sociedad de 1869: “Creo que las relaciones sociales entre ambos sexos,-aquellas que hacen depender a un sexo del otro, en nombre de la ley,-son malas en sí mismas, y forman hoy uno de los principales obstáculos para el progreso de la humanidad; entiendo que deben sustituirse por una igualdad perfecta, sin privilegio ni poder para un sexo ni incapacidad alguna para el otro”.
Y para él: “La mujer es la única persona (aparte de los hijos), que, después de probado ante los jueces que ha sido víctima de una injusticia, se queda entregada al injusto, al reo. Por eso las mujeres apenas se atreven, ni aun después de malos tratamientos muy largos y odiosos, a reclamar la acción de las leyes que intentan protegerlas; y si en el colmo de la indignación o cediendo a algún consejo recurren a ellas, no tardan en hacer cuanto es posible por ocultar sus miserias, por interceder en favor de su tirano y evitarle el castigo que merece”.
“Todas las condiciones sociales y naturales concurren para hacer casi imposible una rebelión general de la mujer contra el poder del hombre. La posición de la mujer es muy diferente de la de otras clases de súbditos. Su amo espera de ella algo más que servicios. Los hombres no se contentan con la obediencia de la mujer: se arrogan un derecho posesorio absoluto sobre sus sentimientos. Todos quieren tener en la mujer con quien cohabitan, no solamente una esclava, sino también una odalisca complaciente y amorosa: por eso no omiten nada de lo que puede contribuir al envilecimiento del espíritu y a la gentileza del cuerpo femenino”.
“Una vez dueño de este gran medio de influencia sobre el alma de la mujer, el hombre se ha valido de él con egoísmo instintivo, como de un arbitrio supremo, y para tenerlas sujetas les pintan su debilidad, y la abnegación, la abdicación de toda voluntad en manos del hombre, como quintaesencia de la seducción femenina”.
Eso creía Stuart Mill, un feminista del 1800. Y usted, ¿qué cree?
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