La otra feria que nada tiene que ver con los libros

¿Es el libro el gran protagonista del principal evento cultural del país? 

Por MÁXIMO JIMÉNEZ

En cada una de las versiones de la Feria del Libro los
puestos de alimentos y bebidas logran excelentes ventas.
El célebre director de cine Spike Lee participaba el martes en la tarde en un conversatorio en la sala Ravelo del Teatro Nacional, franqueado por algunos cineastas y actores dominicanos, y justo al lado, donde está aparcada la abarcadora unidad de Telemicro, sonaba un dembow ensordecedor que contrastaba con el clima de tranquilidad propio de un ambiente en el que el libro es su protagonista.

El director de Malcolm X, que provocó una larga fila de personas que no alcanzaron una localidad en la Ravelo, es apenas una de las figuras que participan en la Feria Internacional del Libro.

Hay que recorrer las calles de la Plaza de la Cultura para constatar los distintos ambientes que reinan durante su celebración, porque allí se abre paso una estafeta de las EDES en la que se puede pagar la factura de la energía, o darse una vuelta por el “furgón” de “Crea recrea”, donde la música de Mozart la Para, Amara La Negra, Vakeró o El Lápiz atrae más fanáticos que el mismísimo Spike Lee. El stand es de fácil ubicación dentro del recinto, solo hay que dejarse llevar por el volumen de su música para guiarnos.

La feria tiene mucho más que libros. Recrea imágenes identitatarias de la dominicanidad. Desde que el visitante se acerca a la entrada del majestuoso Teatro Nacional, en sus aceras contiguas puede ir degustando un buen yaniqueque, una empanada de yuca rellena de queso, un frío-frío o un buen mabí seibano, este último muy favorable para estos días de altas temperaturas.

La gente se entrecruza, se amontona para hacerse de un collar de manufactura haitiana, una prenda de ropa interior, o uno de esos juguetes disponibles en cualquier tamaño y con una variedad de precios irresistibles.

En la Feria del Libro puede uno toparse con Pavel Núñez, un duende que va recorriendo las calles de arriba abajo, en sus afanes como productor de una de las tarimas que se levantaron en el recinto. Nada de “artitismo”, lo suyo en este evento cultural poco tiene que ver con la literatura. O con el libro, en sentido general. En este mismo escenario, la Lotería Nacional tiene su espacio, quizás para educar a la gente sobre la necesidad de no perder la fe en la suerte. Al final, en estos tiempos, suerte tiene cualquier escritor joven de que una editora le publique.

Entre caseta y caseta se escuchan las ofertas: “Pintamos caritas a 15 pesos”, “venga aproveche la charla sobre el VIH que va a comenzar”, “refrescos, agua de coco y empanadas”, “no se pierda el conversatorio cómo hacerse rico en un año”... en fin, las voces transmiten mensajes tentadores. La gente camina de prisa, como si tratara de encontrar ese rincón donde alguien --que poco o nada tiene que ver con el libro-- ofrecerá una charla sobre cualquier cosa, o algo así como “Producción energética”, uno de esos coloquios que organiza allí la CDEEE.

Uno termina sin energía, al filo de las 10:00 de la noche, cuando en la plaza se cierran las puertas. Lo más probable es que muchos se marchen sin quisiera haber tocado un libro, ese protagonista (muchas veces ignorado) de la feria. Y, como escribió Harold Bloom, aunque “es un tópico banal afirmar que el presente cultural deriva de lo anterior y reacciona contra él”, es difícil sustraerse a los efectos del espectáculo que ha reducido el buen sentido de la cultura.
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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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