Radio Shack a la quiebra

POR GUSTAVO VOLMAR

Desde sus humildes orígenes en 1921 como una pequeña tienda que vendía por correo, creció hasta ser reconocida como una marca familiar de productos electrónicos. Ahora es un caso estudiado en las escuelas de negocios como ejemplo del fallo de una estrategia corporativa. Radio Shack, que tiempo atrás estuvo presente en varios centros comerciales de nuestro país, se declaró en bancarrota el viernes pasado.

Su quiebra se veía venir, luego de once trimestres consecutivos de pérdidas y siete diferentes directores ejecutivos en apenas nueve años, pero evitará la liquidación por el momento, gracias a un acuerdo por el cual una empresa afiliada a su principal accionista comprará hasta el 58% de sus 4,100 tiendas, y a un convenio con la cadena Sprint de internet y telecomunicaciones para que ésta opere unas 1,750 de esas tiendas y ocupe un tercio del espacio en ellas. Otros interesados podrán también hacer ofertas por sus activos.

El acuerdo hará posible que Sprint, que tiene unas 1,100 tiendas propias, duplique el número de sus establecimientos, en tanto que para Radio Shack será un salvavidas que podría permitirle sobrevivir aunque deba cerrar cerca de dos mil tiendas. Pero para los más de mil locales que operan como franquicias, la agonía de Radio Shack implica pérdidas e incertidumbre.

Analistas del sector señalan que Radio Shack no supo adaptarse a los cambios en el mercado. Mantuvo una imagen tradicional, con tiendas congestionadas, diseños obsoletos y una gama de productos poco atractivos, todo ello complicado por desacuerdos con sus acreedores que le impidieron cerrar muchas tiendas improductivas. Superados sus US$1,200 millones de activos por US$1,390 millones de pasivos, la quiebra era cuestión de tiempo.

En noviembre de 1999, las acciones de Radio Shack se vendían a más de 75 dólares cada una. Al momento del anuncio de la bancarrota se cotizaban a sólo diez centavos.
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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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