El Gran Hermano me ha llamado

Por MELVIN PEÑA

Que fue invasiva e interruptiva “la llamada de Danilo”, aquí y donde hay diáspora dominicana, es indiscutible. Se llamó masivamente a teléfonos móviles y a fijos de casas y oficinas, en algunos casos más de una vez por día.

Esa turbollamada, como se les llama a esta práctica en las agencias de cobros, resultó ser incluso más invasiva que las de cobros compulsivos, que son segmentadas, y se les tiene prohibido llamar a los espacios laborables de los deudores, tienen límites de horario y de llamadas por día.

Se cuestiona su efectividad, por invasiva e interruptiva, pero la turbollamada electoral generó una viralización irrefutable, poniendo al presidente candidato en la mente, en la boca, en los muros y en los timelines de todo el mundo.

Maquiavélica también lo fue, porque hizo creer a gente pobre y con escasa capacidad de discernimiento que, efectivamente, el mandatario le había llamado personalmente.

Siendo tan complejo esta vez el acto de votar, la llamada del presidente les dejó clarísimo a muchos electores que en las boletas presidencial, municipal y congresual debían marcar la casilla dos, para votar no solo por él, sino también por “su” congreso y por “sus” alcaldes.

El candidato presidente no sólo quería ganar, sino arrollar, al precio que fuere necesario. Quizás nunca sabremos el costo de esa turbollamada, pero, por increíble que parezca, es válido asumir que se llamó a los 6.9 millones de votantes, porque en una entrevista arreglada con Jatnna Tavares, el día de cierre de campaña, el mandatario declaró que sólo un votante no había recibido “su llamada”: él mismo.

Poner en marcha semejante despliegue telefónico requirió disponer de un tremendo presupuesto para pagar las llamadas y tercerizar o montar la enorme infraestructura de líneas, call centers y el software necesarios.

Se desconoce si se compró la base de datos en una operación convencionalmente aceptada, en los burós de crédito, por ejemplo, o si se recurrió a una base de datos de una entidad pública, como Indotel, o cualquier otra operación de competencia electoral desleal.

La información de los votantes también se pudo haber extraído de los cookies de Internet o de las apps electorales del entorno morado, que sumaron por lo menos 10 de las 15 identificables en las tiendas de aplicaciones digitales, o de otras de las existentes en las apps stores, pues cada vez que un usuario descarga un app autoriza el acceso a su información personal y a la de terceros archivada en sus gizmos o en sus redes sociales de Internet.

Con toda esa información al alcance del Estado y sin la regulación adecuada de su uso; desflorada la privacidad como nunca antes para fines propagandísticos; terminada la larga luna de miel del Presidente con la opinión pública y desaparecido Leonel Fernández como el malo de la política, ¿qué nos espera en los próximos cuatro años? Un arrollador ejercicio del “poder blando”, término acuñado por el politólogo estadounidense y profesor de Harvard, Joseph Nye, para referirse a la dominación a través de medios culturales e ideológicos (la comunicación política), en contraste con el “poder duro” o militar.

La escalada propagandística que nos espera no tendrá precedentes, para compensar el desgaste natural de una segunda gestión de gobierno, una reelección cuestionada y un declive del impacto de los “efectos especiales”, a fuerza de su uso. El presidente se acostumbró a gobernar con una tasa de aprobación sobre el 80%, y no se conformará con menos.

Veremos más clientelismo vestido de institucionalidad, más parchos proclamados como “cambios estructurales” y “revoluciones”, una profusión aún mayor de propaganda oficial camuflada de información institucional y la realidad aumentada por una campaña permanente con fondos de los contribuyentes.

Las bocinas gubernamentales incrementarán sus decibeles, los embajadores de marca tocarán más fuerte la tecla, continuará el extraño silencio de algunos de los economistas políticos mejor documentados e intelectualmente dotados y abundarán los contenidos patrocinados firmados por analistas presuntamente independientes.

Leeremos a más reporteros en ejercicio amplificando en las redes sociales la voz del vocero del gobierno y veremos a más anchors de la TV “anchando” los logros gubernamentales a través de los canales convencionales y de los nuevos medios.

En la recién terminada campaña electoral se desarrolló un verdadero acoso digital de parte de un candidato que nos salió a cada click mientras navegábamos en Internet durante estos últimos tres meses. Esa persecución de nuestro rastro digital continuará en los próximos cuatro años.

“El control a través de los móviles habría sido el sueño de Stalin” declaró recientemente el activista, programador y fundador del movimiento del software libre Richard Stallman, quien además calificó de “grilletes digitales” y “amenaza para la democracia” las plataformas privadas que sustentan la mayoría de nuestros teléfonos inteligentes y tabletas, tales como IOS y Android.

Los productos wearables (Apple Watch, Garmin, etc.) sincronizados con nuestros móviles intiman con nuestro cuerpo de una forma nunca antes vista. Los tan de moda relojes para ejercitarnos físicamente compilan una inimaginable cantidad de información sobre nuestros cuerpos que suben a nubes digitales en manos de desarrolladores privados, quienes hacen negocio con nuestros latidos, pasos y horas de sueño.

Los productos wearables contabilizan las calorías que consumimos y quemamos, las brazadas que damos, el peso que levantamos, la rapidez con que nos movemos, el tiempo, hora y lugares de nuestros recorridos, y toda esa información va a las nubes digitales y se comercializa, sin que nosotros reparemos demasiado en ello.

Una versión de la sociedad distópica que George Orwell profetizó en su novela “1984” nos está llegando por un canal, un régimen y en un tiempo que no esperábamos. Por lo pronto, El Gran Hermano ya nos ha llamado a todos, tiene todos nuestros teléfonos y ha anunciado que creará “La República Digital”. Estamos todos advertidos.

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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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