La otra dimensión de los Juegos Olímpicos

Por ANÍBAL DE CASTRO

Coinciden los Juegos Olímpicos con el calendario electoral dominicano desde hace 20 años, y quizás radique ahí una de las causas eficientes del porqué esa fiesta excepcional del músculo y el espíritu, que convoca a todo el mundo, cale tan poco en el interés nacional, copado por las pequeñeces de una política con déficit creciente de substancia. Perdemos la oportunidad no solo de mitigar las asperezas de la cotidianidad empañada por el cretinismo de algunos, sino de enrolarnos en el coro de voces que cantan a la belleza del cuerpo humano y a su potencialidad, a la constancia y tenacidad personales, al arte en la práctica de disciplinas exigentes, al significado profundo de la competencia sana y a ejemplos vivos de cómo se logra la excelencia.

Tanto o más que las casillas del medallero, interesan las historias de heroísmo detrás de atletas que han vencido circunstancias extremadamente adversas, incluido el ánimo autodestructivo que a veces llevamos dentro. La expresión mente sana en cuerpo sano recoge un mensaje potente de valores asociados con la tolerancia, el respeto a los demás, la inclusión y el descarte de los prejuicios. Si algo define el llamado espíritu olímpico, es, precisamente, la superación personal para, en igualdad de condiciones, cumplir con la regla de oro del deporte: el juego limpio. Un poco de atención al juramento a cargo de un atleta del país anfitrión y se entenderá mejor la trascendencia de este certamen global: “En nombre de todos los competidores, prometo que participaremos en estos Juegos Olímpicos, cumpliendo y respetando con sus reglamentos, comprometiéndonos a un deporte sin dopaje y sin drogas, con verdadero espíritu deportivo, por la gloria del deporte y el honor de nuestros equipos”.

Los intereses espurios acechan y marcan un sendero equivocado al deporte. No siempre en atención al triunfo del mejor, las empresas buscan explotar oportunidades comerciales. Las drogas plagan y castran carreras brillantes. Se escudan, las grandes potencias, en sus deportistas para adelantar agendas contrarias a los ideales olímpicos. Esta Olimpíada en Río de Janeiro traza con firmeza el nuevo mapa tras el final de la Guerra Fría. La hegemonía norteamericana resulta evidente en competencias antes dominadas por el eje socialista. La ruina del socialismo real también ha sido olímpica en más de un sentido.

Colapsan las ideologías, las naciones y por supuesto hombres y mujeres. Reencauzar las energías colectivas en aras de un ideal entraña dificultades insalvables, cuadro similar al de aquellos atletas descarriados que una vez hollaron la cima. Michael Phelps, el nadador norteamericano rompedor de récords antiquísimos, dobla como modelo por excelencia. Héroe y villano, regresó del infierno para reasentarse en el trono del atleta que más medalla de oro ha ganado en toda la historia. Nació con un déficit de atención severo y estuvo bajo medicación hasta los 13 años cuando decidió por sí mismo que ganaría la batalla a fuerza de voluntad. Disciplinado, pasó cinco años ejercitándose a diario sin omitir una sola fecha. Y, sin embargo, una foto suya con una pipa de marihuana en la mano dejó al mundo olímpico boquiabierto. Siguió una larga historia de alcoholismo, fiestas interminables, automóviles a toda velocidad y cercanía peligrosa a vacaciones tras las rejas.

La capacidad de los pulmones de Phelps es de 12 litros, el doble del promedio humano. Dicen que el tamaño de sus pies —calza 14— le ayuda a impulsarse tal pez en el agua. Superior a sus proezas físicas es, sin embargo, la fuerza de su voluntad, el albedrío que lo alejó del abismo y devolvió sanidad a cuerpo y mente. Hasta poco antes de su regreso a la competencia olímpica estuvo en rehabilitación y el milagro se ha visto en Río. Ha agregado ya tres medallas doradas a un palmarés que se creía cerrado por siempre.

En gimnasia femenina reinaba suprema Nadia Comaneci, la joven rumana que asombró al mundo con un desempeño impoluto en Montreal, en 1976. Belleza desbordante de la pequeñez de su cuerpo, se llevó todo el oro disponible. Implantó un estilo y fuerza rítmica difíciles de remontar. Hasta que apareció una Simone Biles de 19 años, que ha revolucionado las rutinas en las barras asimétricas y de equilibrio, el suelo y salto. Todo un prodigio que deslumbra con gracia propia, soltura inimaginable y compite en elasticidad con materiales que no son humanos.

De las disciplinas olímpicas, la especialidad de Simone es mi favorita. Toque a los nervios hasta ponerlos de punta cuando la gimnasta agota a toda velocidad esos 25 metros antes de impulsarse en el trampolín y luego en el potro de donde sale disparada al dominio de la ingravidez para retornar en medio de torsiones imposibles y aterrizar en ambos pies en equilibrio casi perfecto y a contrapelo de las leyes de la física. Se me escapan los escalofríos por toda la piel cuando recuerdo las historias de jóvenes que se han roto el cuello en el intento.

Simone Biles ha incorporado a la gimnasia cosecha propia. Renovó el salto de Amanar, esa dificultad que lleva el apellido de otra rumana, con la que coincide en nombre. Cosas del destino, Simona Amanar no pudo replicar en los Juegos Olímpicos del 2000 su creación de cuatro años atrás. En el suelo, a los 12 metros cuadrados del escenario los cubre de flexibilidad sorprendente, equilibrio perfecto entre fuerza física y la majestad de movimientos gráciles que se combinan con el ritmo de la música escogida. La ejecución de las diagonales procede sin fallas en una coreografía lúcida que aparta toda duda del enorme talento de esta chica, de la sensibilidad que anima cada paso, de la inspiración que no cesa. A todos deja, empero, insatisfechos. ¿Quién no quisiera prolongar la actuación y observar nuevamente cuando en trance de baile se deja caer y prácticamente rebota? Corto, antes que exagerar.

Esta jovencita afroamericana es testimonio de valentía y tragedia. Sus padres la dieron en adopción al abuelo materno cuando muy niña. De Ohio pasó a Texas y allí arrancó la carrera al estrellato, la búsqueda de la excelencia. La adopción la separó de unos padres encenagados en el vicio y con los cuales apenas tiene contacto. Nellie, la madre adoptiva, cuenta como uno de los soportes vitales en el desarrollo de Simone Biles, definida ya como la mejor gimnasta de todos los tiempos, superlativo apto que deja atrás a la heroína de Montreal y referencia obligada. Segundas partes han sido buenas.

Es ese el espíritu olímpico, el esfuerzo incesante para sobrepasar debilidades y fortalecer todo aquello que trabaja en la construcción de otra dimensión humana. De humanos son el arte, la transformación de lo ordinario en obras y acciones que elevan el espíritu y aproximan a la perfección. Que gratifican los sentidos y dejan la sensación de grandeza en la creatividad, en esa capacidad para dotar de nuevos significados a la rutina. Si en el trayecto se vencen además de los demonios internos el de las circunstancias desgraciadas, caso de Simone Biles, entonces el logro alcanza cotas mayores: inspiración cierta para el colectivo necesitado de héroes auténticos, de animales de galaxia reales.

Los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro no escaparán a la tendencia imparable de que se impongan las naciones más fuertes. Pero si también triunfa la fuerza de la voluntad como ejemplo supremo, las Olimpíadas continuarán como la gran fiesta a la que todos estamos invitados.
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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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