SIN FUTBOL, EL MUNDO ESTARIA MAL HECHO

De Minou Tavárez Mirabal

Sin la fiesta, sin ese arte con el corazón que es el fútbol, estaría mal hecho el mundo. Hoy reinicia otro Mundial, la XIX Copa Mundial FIFA Sudáfrica 2010 y, al margen de fanáticos y detractores, en más de la mitad del mundo se borrarán las ciudades, perderán su sitio los problemas y cambiarán las rutinas para que todos y todas, de junio once a julio once, soñemos con los pies.

Antes del Mundial de Francia, en nuestro país este evento que es probablemente el más visto del mundo (hocico a hocico con los Juegos Olímpicos) fue prácticamente seguido sólo por un escaso grupo de fanáticos, de jugadores y de extranjeros residentes o visitantes. A partir de ese año 1998, el Mundial empezó a adquirir gran popularidad y a provocar las expectativas y pasiones que sólo la pelota despierta entre nosotros. Como dicen que para todo hay una excepción, creo que mi campo es el único lugar de la República Dominicana en donde eso es al revés: en Ojo de Agua el fútbol es más popular que el béisbol. Allá nos acostumbramos a seguir los mundiales desde nuestra adolescencia.

Sin embargo, la primera Copa que recuerdo que se haya transmitido localmente fue la de México 86, que coincidió con los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Santiago. Allí recorrimos mi entrañable y extrañada amiga Pituca Flores y yo toda la ciudad buscando un lugar donde transmitieran el partido. Allí, entre las caras de asombro de los escasos comensales, vimos pasar a la historia la famosa mano de Dios y a Maradona cruzar como paloma en zinc caliente por entre los gigantes ingleses que habían derrotado a Argentina en Las Malvinas. Al terminar el partido comentamos si habíamos disfrutado más la perfección artística de Maradona o la simple sensación del pequeño pero significativo desquite político.

El fútbol es el único deporte que recuerdo haber practicado con cierta regularidad. Jugábamos en un equipo mixto -de sexo y edades- en Ojo de Agua. Mi hazaña más notoria por aquel entonces fue detener con mi tobillo -que aún conserva las marcas- la patada que pintaba un gol seguro de "Quiriro", delantero del equipo contrario, quien permaneció en mi memoria como un hombrón más alto que los alemanes de todas las selecciones alemanas que en el mundo han sido. Yo tenía doce años y jugaba defensa derecha, mi posición favorita. El dolor no pudo agriar la celebración del triunfo, pero sí mamá Chea, que al anochecer se ocupó de dejarme saber su opinión con tremenda pela por andar jugando juegos raros que son cosas de hombres.

Luego, cuando me inscribí en la UASD, formé parte del equipo de fútbol femenino y debo confesar que por esa participación recibí el único trofeo que exhibo con orgullo: uno que reconoce mis "aportes a la consolidación del fútbol femenino en República Dominicana". Me retoza el mismo entusiasmo de sólo pensarlo.

Ha llovido mucho desde entonces, pero mis preferencias futbolísticas siguen siendo, más que nada, y en este orden, lingüísticas, geográficas y reivindicativas. Voy en primer lugar a favor de los equipos que viene n de países donde se habla alguna lengua romance, familia del español: hispanoamericanos y latinoamericanos. En los partidos entre equipos de un país grande y rico y uno pobre y pequeño, voy siempre a estos últimos. Me guía una suerte de Fútbol y Patria, Fútbol y Pueblo, Fútbol y Justicia. Por naif que suene mi fórmula, el jugador lleva el mundo en puntas de pie jugándose la vida abrazado a esa pelota y en cada jugada suda la camiseta del ídolo que columpia el balón, de los que estamos en las gradas, de los entrenadores y técnicos, de la demasiado rentable Federación Internacional de Asociaciones de Fútbol, FIFA, de los win to win patrocinadores, de los Estados y pueblos detrás de cada equipo en juego, y por ello suda la camiseta del mundo enterito.

El fútbol es pasión, el mejor chiste de las culturas, un culto a la diversidad, a la confrontación de destrezas y estilos porque es, primero que nada, un ejercicio de la libertad humana al aire libre.

La grandeza del mundial de fútbol radica también en esto: en que el pez chiquito puede vengar en la cancha los atropellos del pez más grande. Porque no hay país que no tenga algo que desquitarse en el terreno en que más duele: el estadio. Por estas y otras bellezas de las que gozaremos en los 30 intensos días que comienzan esta tarde, para mí, sin fútbol, el mundo estaría sencillamente mal hecho.
Share on Google Plus

Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

0 comentarios:

Publicar un comentario

GRACIAS POR VISITAR GAZCUE Y DEJAR TU COMENTARIO.