NEGROS EN CADILLAC, MULATOS EN JEEPETAS

Alguna vez habrá de estudiarse el mercado de automóviles en el país 

 Escrito por: RAFAEL ACEVEDO

Los historiadores del marketing (disciplina que tendrá para siempre un público con mayor poder adquisitivo y afán de éxito que los que leen otros tipos de historias), alguna vez, dedicarán un especial volumen a estudiar el fenómeno de las jeepetas, y más ampliamente el mercado de automóviles en el país.

En Europa y Norteamérica, los ricos de  varias generaciones usan el automóvil solo como medio de transporte, el cual debe cumplir, desde luego, requisitos de seguridad, apariencia y confort. Un Rockefeller, un Rothschild, no esperarán que sus allegados y afines le tendrán mayor estima porque usan determinada marca, ni esperan llamar la atención a menos que se le ocurra desplazarse en una carroza del siglo XVIII, o una guagua de Juan Hubieres.

 En décadas pasadas, en New York llamaba la atención que los autos de más lujo, Cadillac, Chrysler, Oldsmobile eran notorios entre gentes de raza negra. El Mercedes casi no se conocía y el Rolls-Royce era  una excentricidad de multimillonarios.

Este patrón conductual se debía a que los negros de altos ingresos y los nuevos ricos (incluidos gánsteres y celebridades) entendieron que, para mostrar su éxito, nada mejor que la vestimenta y  el automóvil, lo inmediata y universalmente visible. Símbolos de estatus relativamente poco costosos, comparados con una mansión o un apartamento  lujoso en ciertas áreas residenciales, los cuales, por demás, negros, irlandeses, italianos e hispanoamericanos, no tenían acceso porque no se los vendían, aunque tuviesen dinero para  comprarlos.

Concomitantemente, los clase media, principalmente vendedores y comerciantes emergentes, sabían que pocos irían a ver sus modestas viviendas, pero todos verían sus ropas y sus autos;  que serían de primera, para mostrar “cara de éxito”, condición para ser bienvenidos y para mejorar sus redes de relaciones personales y comerciales; elementos de persuasión en base a los cuales ha funcionado el mercadeo, no menos importantes que el precio, la calidad y servicio.

Los extranjeros se maravillan de la enorme cantidad de jeepetas, Mercedes y autos de lujos de todo tipo, cuya posesión no es solo ofensiva a la pobreza de este país, sino que delincuencial en  el caso de los funcionarios: evidente malversación y uso indebido de fondos públicos.

Esas jeepetas “todo terreno” son usados, paradójicamente, en áreas residenciales y avenidas, en donde se recomienda un “sedán” o un coupé o, como en Europa, autos pequeños, perfectos para una familia completa. Allí, la sola presencia de un auto grande parece una grosería, un acto de prepotencia inaceptable.

El nivel de irracionalidad del país, de las clases medias y, sobre todo, del gobierno, se puede medir sin error conceptual ni metodológico, en la cantidad y uso de estos vehículos. Absurdamente justificados por los altos badenes, muros acostados y calles inundadas, que la autoridad no regula ni repara.

Un gobierno medianamente serio, algo interesado en transformar el país, empezaría por prohibir las jeepetas de lujo. Aparte de las innumerables atrocidades y despilfarros conque la clase gobernante castiga, inmisericorde, la precaria economía del Estado dominicano.
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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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