Central Romana: cómo comenzó

Por José del Castillo Pichardo

El CR sorteó los prolongados ciclos depresivos
del mercado azucarero mundial. 
PARA CONSTRUIR LO QUE se estimaba entonces sería “el ingenio más moderno de azúcar crudo del mundo, capaz de producir 100 mil toneladas por año”, cuya primera molienda fue en 1918/19, el magnate Horace Havemeyer habría viajado a La Romana para seleccionar el lugar exacto de su ubicación. La bonanza de precios generada durante la Primera Guerra Mundial (1914/18) y los años de postguerra, llevó a la South Porto Rico Sugar Company a financiar con recursos propios el proyecto junto a un préstamo de US$500 mil concedido por Havemeyer.

El ingeniero jefe a cargo de la obra relató en la revista Sugar que en su construcción se emplearon estructuras de acero y maquinarias provenientes de la desmantelada Central Fortuna en Ponce, propiedad de la South que operó hasta 1914. La vía férrea existente se amplió a 40 km y se levantaron edificios administrativos, talleres, almacenes, viviendas para empleados y ejecutivos, hospital, bodega central, casa club, así como escuelas en bateyes, tal Higüeral.

Un grupo de técnicos azucareros y gerentes probados, algunos procedentes de la prestigiosa Louisiana State University -como Ernest Klock, quien administró el Central Romana desde 1916 hasta 1940-, volcó su talento y capacidad para garantizar el éxito del proyecto. Apoyado por la experiencia del equipo de Guánica Central, con el efectivo French Maxwell al frente y el saber en materia azucarera de Frank Dillingham, presidente de la South.

Se aprovecharon los desarrollos en la genética cañera de la Estación Experimental de Barbados para adaptar variedades más resistentes a plagas como el mosaico y obtener mejores rendimientos de sacarosa. Al tiempo que el entronque de poder financiero y político de la South en EEUU dio sus resultados. Como lo resalta Humberto García Muñiz en De la Central Guánica al Central Romana.

No todo fue melaza sobre hojuelas. Hubo problemas generados en el proceso de captación de tierras, algunos suscitados con los títulos de los terrenos comuneros y la aplicación de la nueva Ley de Registro de Tierras de 1920 y la alegada ventaja otorgada a las corporaciones en la mensura catastral y el saneamiento de títulos, en cuya tarea laboró la oficina de Francisco J. Peynado y Moisés García Mella, reforzada por Adolf A. Berle Jr. Denuncias de desalojos y quema de viviendas en Caimoní e Higüeral, por el periodista y poeta seibano Emilio A. Morel en Listín Diario. Parte de la cara conflictiva de esta exitosa operación azucarera.

Asimismo figuran incidentes como los provocados por grupos armados que operaban en el Este antes y durante la Ocupación Americana y afectaban la seguridad del Central Romana, en perspectiva distinta a la visión de Félix Servio Ducoudray en Los gavilleros del Este. Una epopeya calumniada. Alegatos de robo de ganado a la empresa en Higüeral por gente de Fidel Ferrer, atraco a una bodega en Caimoní. Muerte en 1917 de dos ingenieros norteamericanos al servicio del Central, Miller y Hawkins, que mensuraban en Chavón, atribuida a gente de Vicentico Evangelista. A quien los marines atraerían con promesas engañosas, ejecutándolo, como documenta Roberto Cassá en Nacionalismo y resistencia contra la ocupación americana de 1916.

Dichos eventos motivaron que, en adición al cuerpo de guarda campestre, se creara una fuerza policial de 60 hombres llamada guardia de cuello negro -sus miembros designados por el Departamento de Interior y Policía del Gobierno Militar, traídos de Puerto Rico. Encabezada por el capitán Cabrera, alicate del Jefe de la Policía Insular de Puerto Rico, cuyo cuerpo había dirigido.

Cuando la South inició sus gestiones en el país en 1910, el cuadro azucarero lo componían los ingenios Consuelo (20%), Angelina (18%), Cristóbal Colón (13%), Santa Fe (11%), Quisqueya (9%), y Porvenir (7%), en San Pedro de Macorís, que juntos sumaban el 79% de la producción total. San Isidro (5%) y San Luis (2%), circunvecinos a Santo Domingo, otrora principal zona azucarera, aportaban el 7%. Mientras Italia (5%), Ocoa (1.5%), Ansonia (4%), Azuano (3.5%), en el Sur, representaban el 14%. Predominaba el capital extranjero, principalmente norteamericano. Ese año de 1910 exportamos 100 mil toneladas largas, el grueso a Inglaterra, Bélgica y Canadá.

La Primera Guerra Mundial cambió el escenario. No sólo fue el Central Romana, con su potente impulso, extensos terrenos y destreza gerencial. Surgieron otras unidades en el Este: los ingenios Las Pajas y Boca Chica. En Puerto Plata, Mercedes, San Carlos, y Cuba, que junto a Monte Llano y Amistad, completaban el panorama de la costa Norte. Aparte del CR, el otro gigante sería el Central Barahona, uno de los pioneros en el uso de mano de obra haitiana e importador de braceros de Jamaica. Un desarrollo que comportó fuertes inversiones y ampliación de la producción.

La recuperación de la remolacha azucarera más temprano de lo previsto, junto a la expansión precedente de la producción cañera mundial, saturó el mercado desplomándose los precios del azúcar al final de 1920. Provocando el término de la Danza de los Millones y la ruina de dueños de ingenios, colonos, bodegueros, y la reestructuración vertical de la propiedad en grandes conglomerados. Junto a una mayor desnacionalización del sector azucarero en cuanto a propiedad y empleo. Por muchos años, además, nuestros azúcares se cotizarían en Europa y Canadá, básicamente.

En nuestros trabajos de los 70 –incluyendo el libro Gulf & Western en la República Dominicana- señalamos la formación de una economía de enclave, donde la empresa azucarera operaba como un Estado dentro de otro, con plena autoridad sobre su territorio. Un concepto que conocimos en los años universitarios en Chile, al estudiar la economía minera, particularmente la experiencia del salitre.

CR es un sobreviviente. Sorteó los prolongados ciclos depresivos del mercado azucarero mundial y aprovechó los cortos ciclos de bonanza como el de la Segunda Guerra Mundial y la redistribución de la cuota de Cuba en el mercado preferencial de EEUU tras la revolución. Y los picos coyunturales de 1963, 1974 y 2009, cuando el precio aumentó 150%, 284% y 128%. Resistió intentos de Trujillo de engullírselo al cierre de su dictadura. Superó los años difíciles de la transición política. El cambio de propiedad de la South a G&W y luego al Grupo Fanjul.

Me enamoré de La Romana en 1961, cuando fui invitado por la familia Rodríguez –formada por Guadalupe Rodríguez, un empleado puertorriqueño del Central y una dominicana, doña Neró. Pude apreciar, al despuntar el tránsito de la dictadura de Trujillo a las libertades cívicas, que estaba “en otro país”. Limpio, ornato escrupuloso, arquitectura distinta, hábitos diferentes en muchos aspectos. Uno se recreaba en la Casa de Puerto Rico y veía la TV de la isla vecina. El Central era el corazón de todo. Casi todo giraba en torno a él.

Se trataba de un sugar town que décadas después daría paso a uno de los más formidables desarrollos con la diversificación. De la plantación –que producía crudo, refino, furfural y excelente ganado-, se pasó a una zona franca industrial pionera, planta cárnica en Higüeral y al complejo turístico inmobiliario de Casa de Campo, con aeropuerto internacional, puerto de cruceros, la marina de Chavón, la villa cultural Altos de Chavón con Museo Arqueológico y Escuela de Diseño, campos de golf de clase mundial.

En Puerto Rico desapareció la industria azucarera –algo que pude apreciar mientras vivía a mediados de los 60 en Mayagüez y pasaba por Guánica Central, una factoría fantasma. Aquí, los gobiernos de la democracia –que heredaron 12 ingenios del complejo acumulado por Trujillo, incluido el gigante Central Río Haina– se esmeraron en desmantelar penosamente el patrimonio estatal, después de quebrarlo, dejando en volandas a las comunidades azucareras, más empobrecidas.

En la pasada zafra 2017/18, de los dos de doce ingenios sobrevivientes del antiguo CEA, Porvenir, bajo control estatal, produjo 28,951 TN cortas (4.3%), mientras Barahona, operado en arrendamiento por el Consorcio Azucarero Central, alcanzó 72,628 TN (11%). En tanto Cristóbal Colón, del Grupo Vicini, se situó en 141 mil TN métricas (21%).

CR produjo 429 mil TN cortas de azúcar crudo 96 grados polarización (64%), dentro de las cuales se incluyen 180 mil TN cortas de refino Papagayo, destinadas al mercado doméstico. Liderando así el negocio azucarero que antes encabezó el estatal CEA.

Así, en apenas 40 años, los dos ingenios estatales representaron sólo 15%, cuando antes el CEA aportaba 60%. CR duplicó su participación, de 33% a 64%. Y el Grupo Vicini, con un solo ingenio de 3 que antes molían, triplicó su aporte, pasando de 7% a 21%.

Sin retórica populista, CR desarrolló en los 80 un vigoroso programa social orientado a estabilizar su fuerza laboral y a elevar la calidad de vida de sus servidores, cuando todavía el concepto de responsabilidad corporativa estaba en pañales. Para la pasada zafra, anunció que distribuyó unos RD$1,020 millones de bonificación entre su personal, de los cuales RD$540 millones a los trabajadores de la caña y del área agrícola.

Mientras, las comunidades periféricas a los antiguos ingenios del CEA languidecen. Una lección que nos debería servir. Justo ahora que formalizamos las relaciones con China, el principal importador de azúcar del mundo.
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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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