Redes sociales: un dilema ético

Altos exejecutivos, profesores eméritos, investigadores, ingenieros, incluso inversionistas de gigantes tecnológicos como Google, Facebook, Microsoft, Twitter, Uber, Whatsapp, Youtube, Instagram, Pinterest, entre otros fueron entrevistados para una producción documental de Netflix titulada “The Social Dilemma”, en procura de establecer una relación entre las nuevas tecnologías, las redes sociales y la salud mental de los ciudadanos usuarios.

Esa relación revela la fragilidad ética de la industria tecnológica y la vulnerabilidad de los usuarios frente a la codicia, la manipulación y la adicción programada.

Lo más interesante es verlos confesar cómo ellos mismos fueron víctimas, por ciberadicción, de sus propios experimentos e inventos en las redes sociales. El potencial adictivo viene dado por la producción de dopamina que una conducta propia de la evolución de la especie, como es el sentido gregario, la sociabilidad activa en las redes sociales y las nuevas tecnologías, lo cual es aprovechado por la industria.

El documental, lanzado en enero de este mismo año 2020 y dirigido por Jeff Orlowski, hace patente la frase de Sófocles con la que abre escena, que reza: “Nada extraordinario llega a la vida de los mortales separado de la desgracia”. La revolución tecnológica representa, en tanto que acontecimiento humano, una oportunidad y un peligro.

Con sus ventajas y desventajas, hemos ido transitando de un estadio a otro. Pasamos de la era de la información a la economía de la atención. Porque, en realidad, el único producto concreto de la industria tecnológica es el usuario de las redes sociales. El negocio de Facebook, por ejemplo, no es brindar información, sino aquello que de manera inconfesa hace con los datos del usuario. El verdadero producto consiste en cómo transformar, de manera imperceptible, la conducta y la percepción de los individuos. El filósofo Jaron Lanier subraya que ese y ningún otro es el producto de los gigantes tecnológicos.

Otro tránsito es el del predominio del capital financiero al apogeo rampante del capitalismo de la vigilancia, término acuñado por la profesora Shoshana Zuboff en su libro “La era del capitalismo de la vigilancia” (2019). En estos tiempos, el vigilado es el usuario de las redes sociales. El nuevo panóptico es digital. No hay explotación de un tercero, sino, autoexplotación inducida adictivamente.

La atención se traduce en vigilancia y en cómo afectar la conducta del usuario para convertirlo en una suerte de zombi, sin que llegue a ser consciente de ello.

La ética no parece existir en esa industria, no solo porque sus poderosos actores están más allá de las regulaciones, sino porque, además, ocultan que detrás de la expresión base de datos o del término macrodatos, en realidad hay seres humanos con los que experimentan, a los que manipulan y embelesan.

El déficit ético del capitalismo de la vigilancia, propio del mundo online, y en particular de las redes sociales, implica penetrar en la intimidad de los individuos a través de secuenciaciones algorítmicas y saber cuáles son sus gustos o preferencias, cómo es su personalidad, qué tipo de neurosis padece, a qué horas hace esto o lo otro, para luego venderles publicidad.

De manera que una fórmula inmoral que combine tecnología y psicología de la persuasión dará como resultado la manipulación de la conducta para generar un cambio a su antojo.
Lo que está quedando claro en los hechos es que la tecnología no se está transformando para exponer lo mejor de la sociedad, sino por el contrario, para estimular, mediante persuasión y manipulación, lo peor de la sociedad, a veces, en detrimento de la democracia y la libertad.

El mundo utópico, centrado en la atención, va hacia un mundo distópico. El optimismo ha degradado en pesadilla.


Por José Mármol
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Editor Gazcue es Arte

Master en Educación Superior mención Docencia, Licenciado en Comunicación Social, Técnico Superior en Bibliotecología y Diplomado en Ciencias Políticas, Columnista del periodico El Nuevo Diario

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